Los niños de Bosa que hicieron de su clase un circo de sueños
Una profesora creó un proyecto con el que le ha arrebatado sus alumnos a las amenazas de la calle.
Por:
CAROL MALAVER |
Hacía un calor infernal. Para llegar a la sede
de primaria había que recorrer calles polvorientas. A lo lejos, una
mujer movía sus brazos. Así fue como llegamos al colegio Carlos Albán
Holguín (Bosa). “Ahora se van a dar cuenta de por qué este proyecto
cambia vidas.” Esa fue la carta de presentación de la profe María
Eugenia Mendoza.
Se abre la puerta y comienza la correría. Los
niños buscaban tenis por doquier, otros los limpiaban con crema para
lograr un mejor blanco. “Eso no le va a quitar el roto”, le gritaba un
niño a otro con esa sonrisa de pilatuna.
Pitos, música, pintura, aros, payasos, mimos,
monociclos comenzaban a salir de pequeños salones en línea, una
infraestructura pobre, que dista mucho de ser la ideal, pero que ha
mejorado desde el día en que ella llegó por primera vez, hace 14 años,
cuando el barrio San José no era barrio, sino vereda.
La primera sede de primaria quedaba justo
frente al río Tunjuelito, el contaminado, no el que desciende cristalino
por el páramo de Sumapaz. Eran cinco salones divididos por una lata, en
los que los niños compartían un pupitre dúplex de madera y metal y
estudiaban en medio de olores nauseabundos. No había baño; tan solo una
sucia y vieja letrina. “Pensé en irme, pero ese día nació un reto. Esa
sede la cerró el Ministerio de Salud por insalubridad y fue así como la
Secretaría de Educación (SED) compró este terreno”, dice.
María Eugenia quería cambiar algo de sus
clases ese 2012 pero no sabía qué. Se estaba dando cuenta de que con sus
alumnos se gastaba más tiempo en solucionar conflictos familiares y que
la parte académica se venía quedando rezagada. La droga, la soledad y
la violencia estaban enterrando los sueños de sus pequeños alumnos.
En medio de esa pensadera, que le quitaba
horas de sueño, vio una luz mientras caminaba por el centro de Bogotá.
Un cartel del Circo de los Hermanos Gasca fue la revelación. “Yo dicto
educación física y mi inquietud era lograr que ellos se divirtieran y a
la vez aprendieran, que dijeran ‘que chévere venir a la escuela’ ”. Se
había acabado esa batalla mental que tanto la mortificaba. Actuar era su
próxima meta.
Empoderada, entró a cada uno de los salones y
preguntó: “¿A quién le gusta el circo?”. Miles de ideas la comenzaron a
nutrir de esperanza; también las críticas, esas que le decían sin
titubear que su proyecto era un fiasco, que no había recursos, que no
había espacio, que no había nada. De esa aparente nada fue como nació
todo.
Con trajes coloridos, las niñas se inventan nuevos movimientos. Su sueño es lograr ser como el Circo del Sol. Esa es su meta.
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La primera tarea fue enseñarles a los niños el
himno de los payasos; luego, disfrazarlos y revisar su capacidad para
los malabares, la acrobacia, el canto, el baile... “Los cansones, los
que no hacían tareas, los tímidos, los agresivos, los groseros eran mi
prioridad. Luego, ellos terminaron enseñándome más cosas a mí que yo a
ellos. Cuando les dije que serían los líderes, cambiaron”, cuenta.
Eso le pasó con Camilo Cuéllar, un niño que
lloraba con frecuencia y al que pedir perdón le costaba. “Sus padres
estaban separados, su mamá trabajaba todo el día, su hermano mayor le
pegaba. Él me decía que en su casa nadie se perdonaba”, dice María
Eugenia.
Con el circo logró controlar sus emociones y
mejoró las relaciones con su mamá. Resultó siendo uno de los artistas
más reconocidos. Eso mismo pasó con Jorge Lerma, el niño
afrodescendiente que vivía de mal humor; con la niña gordita a la que
nadie la veía protagonizando una función, o con Jorge Cubillos, al que
iban a internar porque nadie lo podía controlar.
‘El circo mágico en donde los sueños se hacen
realidad’: ese fue el nombre que le puso un pequeño. Otro armó el logo, y
así comenzó una fraternidad de niños que antes se empujaban, se decían
groserías y que ahora como iguales se respetaban. “El circo me ha sacado
de problemas. He quedado en mejores puestos. Yo trataba mal a otros
niños, pero he dejado de ser tan grosero”, dice Óscar Goyeneche, uno de
los artistas.
Ya visitaron el Circo de Italia y fueron al
Jorge Eliécer Gaitán. Al final, a María Eugenia le tocó buscar expertos.
Los niños querían hacer saltos mortales. “Tenía dos opciones:
prohibírselos o buscar ayuda. Eso hice”, afirma.
Hoy, a pleno rayo de sol, ensayan unos 35
niños de este colegio, tres días a la semana, muchas veces en parques
inseguros. “Mi sueño es lograr una sede en Bosa, cerca del colegio, en
donde podamos ensayar. Yo quiero que ellos sean como el Circo del Sol y
que gente experta que ame a los niños nos ayude. Así se salvan vidas”,
enfatiza María Eugenia.
A este colegio le sobran felicidad y buenas
ideas. Le faltan expertos en artes circenses, una sede para ensayar,
vestidos, la posibilidad de involucrar al bachillerato... tantas cosas
que dan vueltas en la cabeza de esta profe. “Sé que las voy a
conseguir”, dice. Hoy cuenta con los recursos del proyecto Incitar de la
SED, que los ha apoyado.
Mientras a María Carmenza Hernández, la mamá
más comprometida con el proyecto, se le aguaban los ojos de ver a sus
hijas bailar, en otra esquina María Paz, de 9 años, ‘rapeaba’ lo que un
proyecto como estos puede lograr: “En el circo mágico no nos enseñaron a
pelear, ni a robar, cantamos en paz y tranquilidad, le decimos a la
gente la verdad...”
Las niñas también son protagonistas con sus piruetas y bailes. Ellas quieren aprender de la mano de expertos más técnicas.
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