martes, 18 de noviembre de 2014

Los niños de Ciudad Bolívar que salvan árboles y quebradas



Los niños de Ciudad Bolívar que salvan árboles y quebradas

En el barrio Arborizadora Alta, un proyecto educativo los convirtió en defensores del medioambiente.


El profesor Fernando Cuervo les explica a sus estudiantes la fauna y flora típicas de las cercanías de la quebrada la Trompetica.
Foto: Carlos Ortega / EL TIEMPO

“Son brujos o algún tipo de magia hacen”, le cuenta un niño a otro mientras los ven entrar al domo. No puede haber otra explicación para que se reúnan a tomar agua de una misma totuma y ubiquen plantas en medio del salón de clases. Hablan de la kankurúa, de la lata-lata, de la madre tierra, de los koguis y hasta de una quebrada en el barrio que los más viejos de la comunidad juraban no existía.
En el interior del domo cuelgan del techo más de 40 esferas formadas por hexágonos de papel, cartón, plástico y hasta de envolturas de bombones. Son figuras a pequeña escala en la habitación donde se reúne la kankurúa, que significa centro de pensamiento.
“Es la manera como vemos nuestra vida. Cada uno plasmó ahí lo que sentía, y nos inspiramos en las ideas de los indígenas”, cuenta Ana Oliveros, una de las supuestas magas, que está en noveno grado.
Los secretos de pócimas y rezos paranormales, que algunos por los corredores del colegio suponen, no son más que juegos para aprender de las antiguas culturas indígenas y valorar la naturaleza de su entorno. Lata-lata, por ejemplo, es el principio indígena de igualdad de la comunidad kogui que significa ‘el uno con el otro’.
Así se quiso llamar este grupo ambiental y cultural del colegio Arborizadora Alta, de la localidad de Ciudad Bolívar, porque cuando están juntos, cuando comparten sus sentimientos, cuando se ingenian proyectos, se sienten entre iguales. Hoy, ellos son los principales defensores del medioambiente de su entorno, amenazado por la minería y la contaminación, y sus acciones hacen parte de las más de 3.000 iniciativas ciudadanas de transformación de realidades (Incitar), que hoy apoya la Secretaría de Educación.
La kankurúa, un domo geodésico de madera de color rojo ubicado cerca de las canchas del colegio, fue el primer invento. La profesora de matemáticas, Cielo Ibáñez, hoy jubilada, y el docente de artes Fernando Cuervo quisieron darles a los niños un espacio diferente para las actividades artísticas y comenzaron con recursos propios a crear el domo en el 2006.
Luego aplicaron a una convocatoria de Idartes y consiguieron 40 millones para construirlo formalmente. Lo armaron y pintaron con los mismos estudiantes durante cinco meses y desde el 2009 es el centro de sus actividades.
Fue allí donde empezaron a llevar a comunidades indígenas al colegio, para que los alumnos conocieran otras formas de entender los recursos naturales y a sí mismos.
“Al principio creíamos que hablarles a los chicos de lo sagrado era muy complejo. Pero luego entendimos que es bien simple. Que si hacemos simbología, llevando plantas al salón de clase, para explicarles por qué los indígenas adoraban la trama de la vida, no es tan difícil”, explica Cuervo, quien lleva 15 años en la institución.
Estos magos no solo permanecen en el domo. A cinco minutos a pie del colegio no se advierte el tesoro que encontraron hace un par de meses. Bajan despacio entre las basuras, los restos de construcciones y el lodo hasta un punto de agua de no más de medio metro de ancho. Es la quebrada la Trompetica.
“Los vecinos no tenían ni idea de que estaba acá, debajo del pasto, pero fuimos a los mapas y vimos que tiene forma de una pequeña trompeta”, cuenta Érika Fierro, integrante del grupo.
Durante los últimos meses han estado tomando fotografías de este tesoro inadvertido. Con una exposición gráfica sin precedentes en la historia de Arborizadora Alta le dieron a conocer a la gente su trabajo: se tomaron al ‘esqueleto’ y lo vistieron con las fotos de la quebrada.
No fue un acto espiritista que les pudieran reprochar: en el barrio llaman ‘esqueleto’ a las bases de construcción de un hospital que hace décadas les prometieron a los habitantes, pero que fueron abandonadas y hoy no tienen ningún uso para la comunidad.
“Nos tomamos el esqueleto para utilizar un espacio con el que no se hace mucho en el barrio. Normalmente, las intervenciones artísticas no llegan hasta la periferia y por eso quisimos irrumpir con las fotografías de los mismos niños”, relata Cuervo.
Con estas fotos, impresas en gran formato, construyeron las paredes de un domo móvil, al que le pusieron de nombre Ata, que significa “agua lo primero”, con la intención de ubicarlo en distintos lugares de la comunidad y que las personas aprendan de su territorio.
Ahora, estos ‘brujos’, defensores del territorio y la vida, quieren enseñarles a sus vecinos la magia de salvar el agua y los árboles.

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