miércoles, 27 de noviembre de 2013

Affonso Romano de Sant' Anna

Considerado por la crítica brasileña como el poeta más importante de los últimos años, Affonso Romano de Sant' Anna ya es, sin duda, una voz clave en la poesía de Brasil.
Luego de una larga trayectoria docente en su país y en el exterior (Francia, Alemania y Estados Unidos), actualmente se encuentra en Río de Janerio. Fue presidente de la Biblioteca Nacional de esta ciudad, en la que hizo una verdadera revolución creando el Sistema Nacional de Bibliotecas y el innovador Programa Nacional de Promoción de la Lectura (Proler). Con la revista "Poesía Siempre" estableció diálogos entre la poesía latinoamericana y la brasileña. Participó en festivales de poesía en varios países, y fue jurado del Premio Pérez Bonald (Venezuela) que premió a Enrique Mollina y del Premio Reina Sofía que premió a Gonzalo Rojas.
Sus textos encarnan muchas de las características de la poesía brasileña actual: la palabra sencilla, el lenguaje claro y directo, un decidido interés por la realidad que lo rodea (sin perder en ningún momento de vista el valor estético de la palabra poética), un marcado gusto por la musicalidad sin temor a las formas clásicas ("no hay formas agotadas sino personas agotadas ante ciertas formas" dice).
Como ensayista ha centrado su atención en la literatura brasileña, destacándose sus trabajos "Carlos Drummond de Andrade, análise da obra" de 1969, "Canibalismo Amoroso", de 1984 y "Paródia, paráfrase e Cia", de 1985 y "Barroco, alma do Brasil", de 1977.
Ha desarrollado la labor periodística en dos de los diarios más importantes de Brasil: "Jornal do Brasil" y "O Globo" con gran repercusión. Sus crónicas le valieron alguna vez la clasificación de "uno de los diez periodistas más influyentes del país". El crítico Wilson Martins, autor de los siete volúmenes de "Historia de Inteligencia Brasileira" lo considera el sucesor natural de Carlos Drummond de Andrade.

Uno de sus poemas...

Los desaparecidos
             
             De repente, por esos días, comenzaron
             a desaparecer personas, extrañamente.
             se desaparecía. Se desaparecía mucho
             por esos días.
                         
             Uno iba a tomar una flor ofrecida
             y se desvanecía.
             Se eclipsaba la gente entre un domicilio y otro
             o en el taxi que se iba.
             Culpable o no, se esfumaba
             al regresar de la oficina o de la orgía.
             Madres agarrando sus hijos y sus compras,
             gestantes con "tricots" y grupos de estudiantes
             desaparecían.
             Desaparecían amantes en pleno beso
             y médicos en medio de una cirugía.
             Algunos mecánicos se diluían
             -apenas conectaban el torno del día.
             Se desaparecía. Se desaparecía mucho
             por esos días.
                         
             Se desaparecía, a ojos vistas,
             y no era miopía. Se desaparecía
             incluso a primera vista. Bastaba
             que alguien  viese  un desaparecido
             y el desaparecido desaparecía.
             Desaparecía el más conspicuo
             y el más oscuro se diluía.
             Incluso diputados y presidentes se desvanecíam.
             Sacerdotes, igualmente, levitando
             iban, enrarecidos, a constatar en el más allá
             cómo los pecadores partían.
             Se desaparecía. Se desaparecía mucho
             por esos días.
                   Los actores en el palco
             entre un gesto y otro, y los de la platea
             mientras  reían.
                   No, no era fácl
             ser poeta en esos días.
             Porque los poetas, sobre todo,
                           -desaparecían.

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