jueves, 20 de febrero de 2014

Dos poemas de Rafael Maya: Uno de los grandes poetas colombianos que merece la pena ser recordado.



Mi intención no es transcribir aquí su biografía ya que fácilmente se encuentra en internet.  Lo que siempre me ha causado curiosidad es el no encontrar la fecha exacta de su nacimiento, ya que se sabe que nació en Popayán, en marzo de 1897 y que murió en Bogotá, el 22 de julio de 1980 a la edad de 83 años.  Sólo quise compartir este poema como una manera de invitarlos a recordarlo o tal vez descubrirlo, pues por alguna razón no goza de mucha popularidad como otros tantos grandes de la poesía colombiana.

Algunos de sus poemas se caracterizan por tener impreso un dulce toque melancólico, que casi obliga a sentirlos como propios.


VOLVER A VERTE

Volver a verte no era sólo
un ligero y constante empeño,
sino anudar, dentro del alma.
el hielo roto del ensueño.

Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.

Volver a verte era el milagro
de una dulce convalecencia
cuando todo, el alma desnuda
vuelve más bello de la ausencia.

Volver a verte tras la noche
impenetrable del abismo,
era hallar en tus ojos una
imagen vieja de mi mismo.

Y encontrar, en el hondo pasado,
días más bellos y mejores
como esta carta en cuyos pliegues
se conservan algunas flores.

Volver a verte era mostrarme
la pena que está congelada,
como bruma de tarde hermosa,
en el azul de tu mirada.

Y ya lo ves, del largo viaje
regrese más puro y más fuerte

Porque dormí toda una noche
en las rodillas de la muerte.

Porque yo miraba en tus ojos
un cielo de cosas pasadas,
como en el alma de las grutas
se ven ciudades encantadas.

Y porque vi tu clara imagen
entre el nimbo de luz serena
como jamás a ojos mortales
se apareció visión terrena.

Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.


SEREMOS TRISTES

Oye, seremos tristes, dulce señora mía.
Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.
Tristes como ese valle que a oscurecerse empieza,
tristes como el crepúsculo de una estación tardía.

Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía
no más, como ese leve carmín de tu belleza,
y juntos lloraremos, sin lágrimas, la alteza
de sueños que matamos estérilmente un día.

Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga
de los parques lejanos, de las muertas ciudades,
de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.

Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,
tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades
y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.

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