martes, 18 de noviembre de 2014

Los niños de Bosa que hicieron de su clase un circo de sueños

Los niños de Bosa que hicieron de su clase un circo de sueños

Una profesora creó un proyecto con el que le ha arrebatado sus alumnos a las amenazas de la calle.

Los niños que hicieron de su clase un circo de sueños  
Hacía un calor infernal. Para llegar a la sede de primaria había que recorrer calles polvorientas. A lo lejos, una mujer movía sus brazos. Así fue como llegamos al colegio Carlos Albán Holguín (Bosa). “Ahora se van a dar cuenta de por qué este proyecto cambia vidas.” Esa fue la carta de presentación de la profe María Eugenia Mendoza.
Se abre la puerta y comienza la correría. Los niños buscaban tenis por doquier, otros los limpiaban con crema para lograr un mejor blanco. “Eso no le va a quitar el roto”, le gritaba un niño a otro con esa sonrisa de pilatuna.
Pitos, música, pintura, aros, payasos, mimos, monociclos comenzaban a salir de pequeños salones en línea, una infraestructura pobre, que dista mucho de ser la ideal, pero que ha mejorado desde el día en que ella llegó por primera vez, hace 14 años, cuando el barrio San José no era barrio, sino vereda.
La primera sede de primaria quedaba justo frente al río Tunjuelito, el contaminado, no el que desciende cristalino por el páramo de Sumapaz. Eran cinco salones divididos por una lata, en los que los niños compartían un pupitre dúplex de madera y metal y estudiaban en medio de olores nauseabundos. No había baño; tan solo una sucia y vieja letrina. “Pensé en irme, pero ese día nació un reto. Esa sede la cerró el Ministerio de Salud por insalubridad y fue así como la Secretaría de Educación (SED) compró este terreno”, dice.
María Eugenia quería cambiar algo de sus clases ese 2012 pero no sabía qué. Se estaba dando cuenta de que con sus alumnos se gastaba más tiempo en solucionar conflictos familiares y que la parte académica se venía quedando rezagada. La droga, la soledad y la violencia estaban enterrando los sueños de sus pequeños alumnos.
En medio de esa pensadera, que le quitaba horas de sueño, vio una luz mientras caminaba por el centro de Bogotá. Un cartel del Circo de los Hermanos Gasca fue la revelación. “Yo dicto educación física y mi inquietud era lograr que ellos se divirtieran y a la vez aprendieran, que dijeran ‘que chévere venir a la escuela’ ”. Se había acabado esa batalla mental que tanto la mortificaba. Actuar era su próxima meta.
Empoderada, entró a cada uno de los salones y preguntó: “¿A quién le gusta el circo?”. Miles de ideas la comenzaron a nutrir de esperanza; también las críticas, esas que le decían sin titubear que su proyecto era un fiasco, que no había recursos, que no había espacio, que no había nada. De esa aparente nada fue como nació todo.
Con trajes coloridos, las niñas se inventan nuevos movimientos. Su sueño es lograr ser como el Circo del Sol. Esa es su meta.
La primera tarea fue enseñarles a los niños el himno de los payasos; luego, disfrazarlos y revisar su capacidad para los malabares, la acrobacia, el canto, el baile... “Los cansones, los que no hacían tareas, los tímidos, los agresivos, los groseros eran mi prioridad. Luego, ellos terminaron enseñándome más cosas a mí que yo a ellos. Cuando les dije que serían los líderes, cambiaron”, cuenta.
Eso le pasó con Camilo Cuéllar, un niño que lloraba con frecuencia y al que pedir perdón le costaba. “Sus padres estaban separados, su mamá trabajaba todo el día, su hermano mayor le pegaba. Él me decía que en su casa nadie se perdonaba”, dice María Eugenia.
Con el circo logró controlar sus emociones y mejoró las relaciones con su mamá. Resultó siendo uno de los artistas más reconocidos. Eso mismo pasó con Jorge Lerma, el niño afrodescendiente que vivía de mal humor; con la niña gordita a la que nadie la veía protagonizando una función, o con Jorge Cubillos, al que iban a internar porque nadie lo podía controlar.
‘El circo mágico en donde los sueños se hacen realidad’: ese fue el nombre que le puso un pequeño. Otro armó el logo, y así comenzó una fraternidad de niños que antes se empujaban, se decían groserías y que ahora como iguales se respetaban. “El circo me ha sacado de problemas. He quedado en mejores puestos. Yo trataba mal a otros niños, pero he dejado de ser tan grosero”, dice Óscar Goyeneche, uno de los artistas.
Ya visitaron el Circo de Italia y fueron al Jorge Eliécer Gaitán. Al final, a María Eugenia le tocó buscar expertos. Los niños querían hacer saltos mortales. “Tenía dos opciones: prohibírselos o buscar ayuda. Eso hice”, afirma.
Hoy, a pleno rayo de sol, ensayan unos 35 niños de este colegio, tres días a la semana, muchas veces en parques inseguros. “Mi sueño es lograr una sede en Bosa, cerca del colegio, en donde podamos ensayar. Yo quiero que ellos sean como el Circo del Sol y que gente experta que ame a los niños nos ayude. Así se salvan vidas”, enfatiza María Eugenia.
A este colegio le sobran felicidad y buenas ideas. Le faltan expertos en artes circenses, una sede para ensayar, vestidos, la posibilidad de involucrar al bachillerato... tantas cosas que dan vueltas en la cabeza de esta profe. “Sé que las voy a conseguir”, dice. Hoy cuenta con los recursos del proyecto Incitar de la SED, que los ha apoyado.
Mientras a María Carmenza Hernández, la mamá más comprometida con el proyecto, se le aguaban los ojos de ver a sus hijas bailar, en otra esquina María Paz, de 9 años, ‘rapeaba’ lo que un proyecto como estos puede lograr: “En el circo mágico no nos enseñaron a pelear, ni a robar, cantamos en paz y tranquilidad, le decimos a la gente la verdad...”
Las niñas también son protagonistas con sus piruetas y bailes. Ellas quieren aprender de la mano de expertos más técnicas.
 

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